La uñas corroidas de nerviosísmo.
La cara languida y fria
como el crepúsculo invernal.

Los ojos,
sus ojos llevaban apenas el brillo,
minusculo atisbo de ese ayer que ya
nisiquiera quería presentarse como recuerdo.
Las manos amarillas del tabaco.
y la boca desesperada de  sed de compa
ñía.
Lloraba sólamente con esos acordes, sólo cuando  permitía recordarse de la vida.
Entonces sus ojos se convertian en agujeros negros.
Abismales.
Pasaba noches enteras luchando con sus ganas
sus ojos veian el amanecer,
los amaneceres,
infinitamente

No había rastro ni pista de paragüas
ni ropa humeda.
El cielo estaba
estaba perturbadoramente impasible. 

No había luna.
Ahnelaba la luna

esos sueños habían dejado de ser ya lúcidos,
a tal punto que
hasta dejaban de ser sueños.

Sin embargo
en lo profundo de su pecho
cabía todavía un pequeña,
infima
esperanza
y a ella se aferró
a ella como su tesoro más preciado.